3 de agosto de 2015

Los genios, genios son.


Miquel me recibe ataviado con unos pantalones de tela de saco y una camiseta sucia y descolorida. El hecho de estar descalzo le da cierto aire introvertido que acentúa su legendaria reticencia a las entrevistas. Conociendo el percal, me curo en salud y antes de empezar a darle la tabarra le adelanto que para nada quiero entretenerle, que se limite a seguir pintando sobre ese enorme lienzo que reposa húmedo en el suelo y que ante cualquiera de mis preguntas, con un sencillo “sí o no” gesticulado con su cabeza, me daré por satisfecho.
Miquel, más relajado, agarra la brocha y asiente viendo alejarse el peligro.
-         Miquel, no me gustó nada tu cúpula del Palacio de Naciones de la ONU, no estuviste a la altura.
Miquel deja la brocha, me mira fijamente a los ojos y asiente por tres o cuatro veces. Parece que vuelve a ponerse a la defensiva.
-         Y eso que siempre he creído que eres un genio. He podido admirar de cerca muchas de tus obras y no miento cuando te digo que algunas de ellas me pusieron la carne de gallina. Me emocionaron como pocas cosas en la vida lo han hecho.
Miquel retoma la brocha y sigue pintando al tiempo que asiente.
-         Te diré más. Ni los más grandes de la historia consiguieron conmoverme como lo hiciste tú.
Miquel asiente.
-         Pero te repito que no me gustó nada la cúpula, nada.
Miquel deja de nuevo la brocha y me sostiene la mirada. Enciende un cigarrito, un Ducados negro. Parece desconcertado.
-         Aunque te redimiste con la escena de los panes y los peces de La Catedral. No hay día que baje a Palma y no me pare en la Seu a contemplar esa maravilla.
Miquel, hastiado, recoge los bártulos y se va asintiendo una y otra vez.
-         Lo bueno de los genios es que sin decir nada, saben decirlo todo, pienso.

Maridaje: "Please forgive me", de David Gray.

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