Miquel me recibe ataviado con unos pantalones de tela de saco y una camiseta sucia y descolorida. El hecho de estar descalzo le da cierto aire introvertido que acentúa su legendaria reticencia a las entrevistas. Conociendo el percal, me curo en salud y antes de empezar a darle la tabarra le adelanto que para nada quiero entretenerle, que se limite a seguir pintando sobre ese enorme lienzo que reposa húmedo en el suelo y que ante cualquiera de mis preguntas, con un sencillo “sí o no” gesticulado con su cabeza, me daré por satisfecho.