Ramón Suau probando su invento. Porto Colom, Felanitx, 1946.
Cuando Soichiro visitó
Mallorca, allá por el cuarenta y seis, nunca imaginó que a la postre su escapadita
iba a ser tan productiva.
Me explico. Soichiro, hijo de un kamikaze (superviviente en Midway gracias a una avería en el flap izquierdo de su AM6-Zero) y una geisha de aspecto hombruno, siempre había tenido delirios de grandeza. En ese Japón de postguerra, decía, un estudiante ejemplar como él necesitaba “ver mundo” para absorber e impregnarse de nuevos proyectos acordes con su privilegiado intelecto. No se sabe muy bien porqué, pero entre los múltiples destinos que se desplegaban frente a los ojos rasgados del pequeño Soichiro, uno llamó especialmente su atención: Mallorca, otra isla. Como buen adolescente, nuestro protagonista hizo el petate y sin pensarlo mucho se enroló en un barco atunero consciente de que tendría que currar a destajo para arribar a tan remoto destino y que, incluso así, era probable que no obtuviera billete de vuelta a su Japón natal. No importaba. Estaba decidido a hacer algo grande y a que la historia le hiciera un pequeño hueco en la primerísima página del progreso evolutivo de primera mitad del sXX.
Me explico. Soichiro, hijo de un kamikaze (superviviente en Midway gracias a una avería en el flap izquierdo de su AM6-Zero) y una geisha de aspecto hombruno, siempre había tenido delirios de grandeza. En ese Japón de postguerra, decía, un estudiante ejemplar como él necesitaba “ver mundo” para absorber e impregnarse de nuevos proyectos acordes con su privilegiado intelecto. No se sabe muy bien porqué, pero entre los múltiples destinos que se desplegaban frente a los ojos rasgados del pequeño Soichiro, uno llamó especialmente su atención: Mallorca, otra isla. Como buen adolescente, nuestro protagonista hizo el petate y sin pensarlo mucho se enroló en un barco atunero consciente de que tendría que currar a destajo para arribar a tan remoto destino y que, incluso así, era probable que no obtuviera billete de vuelta a su Japón natal. No importaba. Estaba decidido a hacer algo grande y a que la historia le hiciera un pequeño hueco en la primerísima página del progreso evolutivo de primera mitad del sXX.
Cuando Soichiro,
agotado tras mes y medio de travesía, desembarcó en Porto Colom, sintió como un
escalofrío le recorría el espinazo. En el muelle, justo delante de la barcaza que
durante días había constituido su hogar, vio como un viejo lobo de mar,
borracho como una cuba y rodeado de una veintena de acólitos jaleándolo, explicaba
a la concurrencia que una vulgar bicicleta, con la sencilla ayuda de un pequeño
motor de un cilindro empotrado en su popa, podía devenir en el más exitoso
medio de transporte del siglo veinte.
Arigató
(gracias), pensó Soishiro. Arigató gozaimasu (muchas gracias). Soishiro, muy zorro,
hizo un copio pego mental y tras una semanita de hincharse a conejo con
caracoles –y sin- regresó al país del sol naciente…
Bueno, el resto
de la historia lo conocemos todos. Y si no, cuando queráis os acompaño a un
concesionario de Honda.
Dos cosillas
para concluir.
La una, que el
listo y el que se forró fue Soichiro, pero quien verdaderamente nos gusta es
Ramón, Ramón Suau, oriundo de Felanitx. Soichiro se llevó la gloria y le puso al
asunto el suficiente instinto comercial para que su apellido se asociara con el
éxito. Pero Ramón puso algo más importante: huevos. Ramón fue el primero
que se la jugó, que creyó en su proyecto y quien no tuvo miedo a exponerlo. Se
lo robaron. ¿Y qué? Las cosas, decía Ramón, se hacen para uno mismo, no para figurar
en un cacho de papel con letras doradas y horteras para que las devoren un pasto de iluminados.
La dos, que los
grandes lo son por algo, no sólo por lo que se los conoce. ¿Qué no? Pues mirad
esa “Rs” que Valentino Rossi siempre
luce en la parte trasera del carenado. Vale siempre ha sabido a quién le debe su
gloria. A Ramón.
A Ramón Suau, de
Porto Colom. A La bala de Felanitx.
Maridaje: "Somebody got murdered", de The Clash.
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